terça-feira, 23 de abril de 2013

EL ALMA EXULTA

Robert de Langeac
La vida oculta en Dios


El amor de Dios tiene un calor que ensancha al alma en su fondo y la llena de gozo. Bajo su influencia, el alma se siente crecer, su capacidad de dicha aumenta y al mismo tiempo se colma. Luego, siempre bajo la acción del fuego del amor, vuelve a ensancharse para llenarse otra vez. Y así sucede casi sin descanso. El alma invadida por tu Amor, Dios mío, experimenta la impresión de que se desarrolla y expande en ella una vida totalmente interior. En ciertos momentos, la oleada de calor es tan fuerte que el alma no puede ya soportarla. Es entonces cuando hasta el corazón físico se dilata, tal como se ve, por ejemplo, en la vida de San Felipe Neri, o se siente traspasado de parte a parte por una flecha, como sucedió a Santa Teresa de Ávila. Suena la hora de la plena expansión.

La emoción que experimenta el alma cuando por primera vez se siente inmediatamente unida a Dios, cuando lo toca espiritualmente en el fondo de sí misma, cuando recibe ese maravilloso beso divino; en fin, cuando se da cuenta de que penetra en Dios y de que Dios la penetra por entero, es deliciosa. La idea que posteriormente se forma de su propia felicidad es la de compararse a una esponja en el océano, pero en un océano de pura dicha, conocida y gustada por todo su ser. De momento es tan dichosa, que llora de alegría. ¡Es tan bueno sentirse unida a Dios y tan amada por Él! Es tan nuevo, tan distinto a lo que imaginaba, que se siente sobrecogida por un santo temblor. Si nos atreviéramos, diríamos, para dar a entender algo de lo que sucede entonces, que la dicha le conmueve hasta la médula. A veces ocurre que el cuerpo participa algo de eso a su manera. Pero lo que experimenta no es, con mucho, lo esencial, ni lo mejor. Pues el alma tiene sus goces propios, y éstos son los únicos verdaderos.

A cada visita de Dios aumenta este goce. Es el mismo, y, sin embargo, se lo saborea como si fuera nuevo. Es el goce de Dios que se infiltra deliciosamente en el alma. Y se lo saborea en Dios.

Todavía aumenta el goce del alma por el descubrimiento de otras almas admitidas como ella a participar del mismo modo en la felicidad de Dios. La dicha de estas almas aumenta la suya. El mundo espiritual le ofrece un espectáculo grandioso y encantador: el de las almas arrebatadas de amor por Jesús. Todos los corazones puros que le conocen son ganados por Él. Ejerce sobre ellos una irremediable atracción. Hay flores que siguen al sol en su carrera de Oriente a Occidente. Jesús es el sol de las almas. Éstas se iluminan con su luz y se calientan con los rayos de su amor. Las atrae, las eleva, en cierto modo, hacia Él. Lo siguen con mirada afectuosa y constante. Lo aman mucho, sin límites. Cuanto más puras son, más se adhieren a Él. Cuanto la tierra tiene de más noble, de más delicado, de más generoso, le pertenece. Sí, Jesús, es literalmente cierto que los corazones puros te aman con incomparable amor. Resulta dulce comprobarlo; es arrobador contemplarlo.