sexta-feira, 28 de setembro de 2012

Sobre el Pecado Venial (III Parte)

Fonte: En Gloria y Majestad


§ III. — El pecado venial con relación al fervor


El pecado venial es esencialmente contrario al fervor, porque ataca a todos los elementos de la actividad espiritual.

I. DISMINUYE LA EFUSION DE GRACIAS ACTUALES

Jamás lo repetiremos bastante: la gracia actual es principio necesario a todos nuestros actos sobrenaturales, a todos absolutamente, aún en las almas más perfectas Y Dios concede ordinariamente sus gracias en proporción a la fidelidad y a la oración. Pero se falta a la fidelidad por el pecado venial y la oración se debilita más o menos por la impresión desagradable que deja tras sí.
Los pecados veniales verdaderamente voluntarios son los más temibles; entristecen y apenan al corazón de Dios; debilitan nuestra confianza. ¿Tiene uno acaso el mismo afán por una persona a quien se ha herido?
Las faltas por sorpresa o fragilidad no producen los mismos efectos; a veces aún puede decirse de ellas, según el sentido de la Iglesia, que son faltas dichosas: pues nos arrojan en actitud humilde a los pies de Dios y en oración más fervorosa.
Temed las faltas voluntarias por leves que sean; temed a las que llegan a instalarse sin inspirar verdadero pesar; constituyen una infidelidad permanente, por consiguiente un obstáculo permanente a la efusión de gracias.

II. EL PECADO VENIAL ALTERA NUESTRA NATURALEZA

El segundo principio de la actividad espiritual consiste en la buena disposición de  nuestra naturaleza. Esta alteración puede producirse a veces bajo la forma de un envenenamiento y otras de una depresión.

1º — Si el objeto que nos ha inducido es malo o peligroso por sí mismo, si desarrolla instintos fatales, entra en nosotros como un veneno.
Cuando un veneno ligero se insinúa en nuestro organismo, determina en él un trabajo de descomposición que se traduce en desconcierto y debilidad; pero aquí el veneno es demasiado débil para que se produzca una desorganización notable, y pronto una reacción vital: la contrición, lo elimina; pero no es menos cierto que ese pecado venial, voluntariamente cometido, ha ejercido sobre nuestra naturaleza moral una acción nociva, de la cual nuestra ignorancia no puede medir el grado, ni prever las consecuencias.
¿Qué será si los pecados de ese género se multiplican? ¿Qué si llegan a ser costumbre? Temed el afecto al pecado que es un envenenamiento crónico y estableced la reacción por medio de una vigorosa contrición, cuya vitalidad pasando por todas nuestras venas elimina esos gérmenes mortíferos.

 — Otra alteración se produce siempre bajo forma de depresiónla voluntad que flaquea pierde parte de su fuerza, y si flaquea a menudo, ¿hasta qué grado de debilidad no puede descender? Y la voluntad es en relación a nuestra fuerza moral, lo que es la fuerza vital con relación al organismo físico. A este principio ataca directamente el pecado venial.
Una voluntad deprimida por caídas frecuentes se vuelve cada vez menos capaz de resistencia y de acción; el alma se deja llevar más fácilmente, cae en las faltas y las multiplica; entra así en un relajamiento que produciéndose poco a poco, no despierta la atención. ¡Desgraciadamente el relajamiento puede conducir hasta las caídas más graves!

III. EL PECADO VENIAL APARTA ALGUNAS BARRERAS DE DEFENSA

 - Ya lo hemos visto, las leyes de Dios son sabias barreras que nos defienden contra el mal; nos conservan en el orden de las cosas; defienden nuestra felicidad. Si hacemos caer por la costumbre de ciertos pecados veniales algunas de esas barreras defensivas, si faltamos por ejemplo a la obediencia por espíritu de independencia; a la humildad por cierto desprecio a los demás; a la mortificación por buscar el refinamiento de nuestros gustos, abrimos paso en nuestra vida a todas las acometidas del demonio.

 — Bajo otro punto de vista, ¿cuáles son nuestras barreras defensivas más serias? Son nuestras virtudes.
¿Quién no ve que todo pecado venial tiende a disminuirlas? La virtud, como costumbre, se forma y deja de ser, por la multiplicación de los actos. Son aquí ciertamente actos de malicia leve, pero por eso mismo pueden ser muy frecuentes.
Las sagradas barreras han cedido en muchos puntos. ¡Se reprime uno menos, se es menos prudente, se tiene menos horror al mal!
¡Tened cuidado con el pecado venial habituado!

Reflexiones sobre la disminución de la vida del alma.
1º — El pecado venial disminuye la actividad del alma; y la actividad es la vida… ¡Así, pues, esa potencia mía, padece cierta languidez! ¡Una ligera parálisis me ataca aquí o allá! Estoy menos dispuesto, menos enérgico, por consiguiente menos fervoroso. Una parte de mi vida espiritual comienza quizás a desgastarse.

 — La actividad moral, lo mismo que la física, es el foco del calor: el calor está en relación con la actividad empleada. A su vez mis sentimientos, mis deseos, mis oraciones, se entibian. ¡Mi generosidad pierde en ardor!... ¡Mi amor hacia Dios, aún continuando siendo el mismo en el fondo, influirá menos interiormente!... ¡Y al expresarse no encontrará tan dulces fórmulas!...

3º — Añadamos a esto que todo pecado venial es una decadencia que rebaja. En efecto, uno se acerca a aquello que desea o solicita y aquí lo que se desea, lo que se solicita siempre es algo menos noble que el deber, es con frecuencia una satisfacción de orden inferior. Por pequeña que sea una sensualidad, una curiosidad, una susceptibilidad, no dejará de ser una cosa baja. ¿Queréis la prueba? ¡Llega a descubrirse, y os sonrojáis!