sábado, 24 de março de 2012

Concepto de La Realeza de Cristo

Por Monsenhor Tihamér Tóth


¿Por qué los hombres rechazan a Cristo? Porque no quieren aceptar el reinado de Cristo.

Recordemos la escena de Belén: Los tres magos están postrados ante el pesebre... Este Niño, al que adoran y le traen regalos, es el Hijo del Dios vivo, el Verbo encarnado, el Soberano del linaje humano. Es decir, ¡Jesucristo es Rey! ¡Es niño, pero también es Legislador! Nos ama, pero también es nuestro Juez. Es dulce, pero a la vez exigente. Y si es mi Rey, entonces yo no puedo vivir tan frívolamente como lo he hecho hasta ahora. Jesucristo debe tener voz y voto en mis pensamientos, en mis planes, en mis negocios, en mis diversiones. ¡Ah!, pero esto nos resulta demasiado exigente. Nos resulta muy duro y no queremos admitirlo.

Porque la sencillez, la pobreza, la humildad de este Cristo de Belén es una acusación inexorable contra nuestro modo de vivir. Porque si Cristo tiene razón, es patente que nosotros no la tenemos; no tiene razón mi orgullo, mi afán inconmensurable de gloria, mis ansias de placeres, mis idolatrías de tantas cosas terrenas, mi culto al becerro de oro.

Esta es la causa por la que nos resistimos a someternos al yugo de Cristo.
No quiero a Cristo, porque su humildad condena mi jactancia.
No quiero a Cristo, porque su pobreza reprueba mi afán de bienestar y de placeres.
No quiero a Cristo, porque su confianza en la Providencia condena mi materialismo y autosuficiencia.

Pero si Cristo es mi Rey, entonces no pueden ser mis ídolos la razón, el placer ni el dinero.
Si Cristo es mi Rey y mi Dios, no puedo hacer de la razón o de la ciencia un ídolo.

He de respetar la ciencia, sí; pero no elevarla a la categoría de divinidad. La ciencia no puede explicármelo todo y mucho menos colmar mis ansias de felicidad.

Nunca como en la actualidad ha habido tantas escuelas y universidades, tantas bibliotecas, tantos recursos para adquirir conocimientos y culturizarse. Y no obstante, proliferan los asesinatos, la corrupción y la decadencia moral. La ciencia, el libro, la cultura, no pueden suplirlo todo. No ocupan el primer lugar, que sólo puede ocuparlo Dios. ¿No fue acaso el ángel que más sabía, Lucifer, el que se precipitó en los más profundos abismos? ¿Y no leemos a cada paso que entre los grandes criminales hay hombres muy cultos, con muchas cualidades, muy astutos y hábiles?

Sabemos muchas cosas, sí, pero… ¿qué sabemos? Construimos rascacielos, explotamos los recursos naturales, nos divertimos, nos lo pasamos muy bien... pero no sabemos ser honrados, no sabemos perseverar haciendo el bien, no sabemos ser felices, no sabemos vivir una vida digna del hombre.

¡Cristo es nuestro Rey! ¿Qué significa esto? Significa que el alma es superior al cuerpo; que la integridad moral es más preciosa que tener muchos conocimientos.

Que la fe religiosa vale más que mi carrera o mi quehacer profesional.

Que la santa Misa tiene un valor infinito, que no se puede comparar con una película.

Que un rato de oración vale mucho más que una fiesta mundana...

Todo esto significa la realeza de Cristo.

Si Cristo es mi Rey, no puede ser mi ídolo la moda. Donde reina Cristo no hay sitio para la frivolidad. El que tiene por Rey a Cristo, no puede vestirse, bailar o divertirse con tanta superficialidad y ligereza... Muchas mujeres ingenuamente no se percatan de que el paganismo intenta abrirse camino de nuevo a través de la moda: a través de los vestidos indecentes, a través de los bailes obscenos, a través del veneno que difunden ciertas películas, a través de lujo exorbitante..., todo esto es paganismo.

Si Cristo es mi Rey, no puedo desterrarle de la vida pública, que es justamente lo que pretende el laicismo: expulsar el cristianismo del mayor número de lugares posible, arrancarle a Cristo más y más fieles.

Si Cristo es mi Rey, no puedo dar culto al dinero o a los placeres. Porque el espíritu está por encima de la materia, porque mi alma está llamada a vivir la vida de Dios. Pero nos olvidamos de Cristo, y no tenemos tiempo para alimentar nuestro espíritu.

Y por no poner nuestro corazón en Cristo, acabamos poniéndolo en las religiones exotéricas orientales, y abdicamos de la fe católica. Pero estas religiones no tienen nada nuevo que decirnos, y están llenas de muchos errores.

He aquí, pues, la razón por que se rechaza la realeza de Cristo... No aceptamos a Cristo-Rey, porque condena nuestro modo pagano de vivir.

Según una leyenda cuando el Niño Jesús se encaminaba hacia Egipto, huyendo de Herodes, a su paso se iban desplomando todas las estatuas de los ídolos que se cruzaban por el camino...

Es lo mismo que nos tendría que suceder hoy: ¡Ante Cristo deben desplomarse todos los ídolos! Ante Jesucristo humilde, debe caer mi orgullo altanero. Ante Jesucristo pobre, debe desaparecer mi jactancia presuntuosa y mis ansías de placeres. Y cuando acatemos a Cristo como Rey, entonces —sólo entonces— se curará la sociedad humana de sus innumerables males.

¡Ven, oh Cristo Rey, porque ya no podemos más!

Tú eres nuestro Sol, el que nos da la vida, el que nos da la luz y el calor.

(Monsenhor Tihamér Tóth, livro Cristo Rey)